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Ubú

Ubú no es un ave, la gente común puede irse de largo por su imagen y etiquetarla como tal, pero no lo es.

Ubú es el único ejemplar en este mundo del Ashuanta Triangulus Dodecimocentuauri. Ubú es por tanto un ser solitario, por eso nació de la nada, para no tener familia ni parientes lejanos, ni siquiera coincidencias sanguíneas.
Ubú sabía, desde que era energía, que lo suyo lo suyo era la soledad.

Conocí a Ubú mientras hacía unos cálculos financieros divertidísimos. Apareció caminando entre el escritorio y la hoja de papel. Plano, unidimensional.

Al ver sus primeras plumas aparecer me talle los ojos y pensé en la taza que contenía el café, demasiado cargado me dije. Mi corazón latía con calma; Ubú estaba completo sobre la hoja llena de cifras estratosféricas, abstractas, una tontería.

Un suspiro movió las plumas de Ubú, era yo, a cambio de la brisa él me dirigió un parpadeo profundo, sus ojos eran un par de fosos llenos de calma, me dejé caer en ellos.

¡Marcí!, ¿Cuánto te resulta en 2012 por el concepto de dividendos pagados?

Era mi jefe hablándome desde su lugar.

Cerré los ojos, aspiré profundo, tratando de encontrar las ganas de responder, un olor a musgo explotó en mi cabeza. Una cálida humedad broto de mí, al abrir los ojos encontré una mano musgosa, verde, viva, fresca. Intenté, con mucho miedo, probar que era la cafeína lo que planteaba esta escena, así que ordené a mi mano derecha moverse...

¡Y se movió! ¡La mano musgosa era mí mano! arrojé toda mi expectación hacia Ubú, con terror descubrí que al mover mi mano derecha él movía su ala derecha. Con la cabeza hice un gesto negativo, mismo que se reflejó en Ubú pero en forma positiva acompañado de un pestañeo y de un: ¡Ak! emitido de forma estruendosa. Llevé mi mano boscosa a la boca y pude comprobar que de ella también había salido un ¡Ak!.

¿Qué dijiste Marcí?

Ak, ak , ak, le respondía a mi jefe. Ubú seguía mirando, echaba su cabeza un poquito de un lado y del otro, parecía que me esperaba. Giré sobre mi silla, y pude ver mis pies convertidos en raíces.

No pude más, doble la hoja donde Ubú había aparecido la guardé en mi bolso, apagué la computadora y salí corriendo de la oficina haciendo: ak, ak, ak, dejando charquitos verdes a mi paso.

No volví


Ubú
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